De espaldas al campo, una vida de ciudad

Hoy una parte del mundo rural se ha desplazado al mundo urbano, Madrid como su máxima expresión, y el divorcio de los medios urbanitas continúa. Sintonizamos las principales cadenas nacionales de radio y encontramos programas de viajes, espacios de psicología e incluso poesía, pero nada de agricultura. Ponemos la caja tonta, la televisión y más de lo mismo, hay en la tele programas de jóvenes que quieren ser famosos y cantantes, mucho mundo cocina y viajes guays por el planeta, alguna peli de vaqueros, series y programas repetidos de la semana. La manifestación de agricultores, ganaderos y cazadores no se retransmite. Habrá que esperar a unos segundos en el telediario.

Luego esa gran mayoría que vive de espaldas al campo se sorprende de casi cualquier cosa. Se sorprende de la dependencia de nuestro país para casi todo pasando por dependencia energética, manufacturera, de materias primas y si la deriva sigue así también presumiblemente dependencia alimentaria. Porque quien genera esos alimentos vive fuera de la ciudad y cuando acude a ella a pedir ayuda, encuentra mucho desconocimiento e indiferencia.

¿Puede haber profesionales más importantes que los agricultores, los ganaderos y los pescadores? Es una pregunta bien pensada y más en los tiempos de incertidumbre que sufrimos desde hace dos años. Arrancó el Covid y fueron los hombres y mujeres del mundo rural los que nos dieron de comer. Por cierto, con el trabajo insustituible de los camioneros que transportaron, estando lejos de sus casas y familias, todos esos bienes de consumo que tan imprescindibles son tres veces al día para poder vivir.

Y si es así, ¿por qué el sector agropecuario es tan invisible? ¿Acaso no es digno de ser tratado como lo que es, es decir, el más estratégico de todos?

Vamos a terminar comiendo tierra y ladrillos, al paso que vamos, y luego se preguntarán por qué no teníamos capacidad de autoabastecernos. Qué pena, ¡cuánta ceguera!

Lo que piden hoy domingo los hombres y mujeres del mundo rural no difiere mucho de lo que llevan reclamando desde hace muchos años, con la diferencia de que la asfixia actual hace que cada vez sea más difícil poder seguir respirando. Son productores de alimentos – con diferentes acentos y mínimos detalles diferenciales según la actividad específica y la región – pero en realidad la base de su problemática es común a todos ellos.

Piden precios justos. Que les quede un mínimo para poder vivir con dignidad y mantenerse en la actividad. Que por ser el primer eslabón de la cadena, no sea siempre el más perjudicado.

Piden control de las importaciones de terceros países que distorsionan a la baja los precios de nuestro campo. ¿De qué sirve ser productor español y europeo, con lo que ello conlleva de normas y controles de calidad y de exigencias fitosanitarias, si luego los grandes por la puerta de atrás compran a mansalva productos baratos de terceros países sin control? Consecuencia de ello, nos encontramos con que el productor español y comunitario no puede vender el fruto de su trabajo porque lo que viene más allá de Europa lo desplaza en el mercado.

Piden agua, energía y carburantes a un precio razonable que amortigüe la escalada de los costes de producción. Porque si queremos ser autosuficientes y evitar alertas sanitarias por alimentos venidos de más allá de nuestras fronteras, producir aquí no puede ser un lujo imposible para el bolsillo del agricultor y ganadero.

Piden leyes justas para el medio rural, desde las laborales pasando por las medioambientales y las fiscales. Legislar desde la ciudad sin conocer el campo y su idiosincrasia lleva a la desaparición de la España de los pueblos.

Y piden también un reconocimiento a su actividad. Del mismo modo que nadie duda del papel incuestionable de un médico o cualquier sanitario para sustentar nuestro Estado del Bienestar, no hacer lo mismo con un hombre y una mujer que vive del campo es quedarnos sin Estado del Bienestar. Es solo cuestión de tiempo.