Salvajes y deliciosas al no mantener fidelidad al guión. A su vez ordenadas y pulcras, como la música que suena y resuena con sentido hasta lo más profundo estremeciendo con solemnidad y al mismo tiempo atrapando con la belleza de lo verde y natural. Así sonaban las palabras traídas del invernadero de Esther Molina cuando tomaba el micrófono y, caminando e imitando un bailoteo hacia derecha e izquierda, ocupaba todo el escenario con su persona y su presencia inimitable.
El réquiem realza, eleva lo más sublime, pero también se detiene unos segundos. Se hace el silencio. Y entonces Esther Molina pone voz a la música que sostiene el día a día de una agricultora almeriense de Los Grillos. Ecológica por devoción y por corazón, previene con el grito al cielo del Auditorio de El Ejido que la agricultura orgánica solo puede sostenerse en el tiempo, si es rentable. Es la sostenibilidad del bolsillo porque la sostenibilidad del invernadero esta mujer ejemplar la sostiene desde hace muchos años con su agroecología y su modo de ser y sentir.
Pionera y divulgadora del control biológico, tanto dentro como fuera. Su seto grillero, haciendo un guiño a la pedanía del campo de Níjar en la que se ubica, es el paradigma del control conservativo. Setos que dan vida a la biodiversidad y que son zona de descanso, alimento y reproducción para esos enemigos naturales que abanderan la revolución verde del ‘modelo Almería’.
Esther se ha hecho popular en los últimos años por su tarea de divulgación del control biológico, tanto en su invernadero abriendo las puertas a otros agricultores, técnicos, investigadores y todo tipo de profesionales del agro; como también amplificando la visibilidad del sector en redes sociales, donde es una de las máximas exponentes del buen hacer del control biológico de plagas.
Sobre este hilo musical giraba esta semana en el V Simposio de Agricultura Ecológica celebrado en El Ejido (Almería) el réquiem de Esther Molina cuando subía a escena para romper el silencio del recinto y del público con una música que describía claros y oscuros, temores y debilidades a la vez que fortalezas y oportunidades. Es la belleza de una agricultura comprometida con el contenido y con el continente, como la ecológica, pero a la que acechan sombras de supervivencia.
En un mundo en el que el mercadeo y el precio barato low cost empujan a la baja la rentabilidad de aquellos productores que son todo corazón para hacer agricultura ecológica y solo ecológica. Pero el bolsillo también es importante. Y en las últimas campañas la rentabilidad está comprometida, lastrada por la caída del consumo bio.
En esa partitura musical que llenó el escenario de vivencias personales y de desahogo colectivo, Esther Molina describió la batalla continúa del agricultor del ecológico que con escasas herramientas disponibles tiene que combatir todo tipo de plagas y enfermedades. Molina narró su experiencia en el cultivo de tomate contra la temida Tuta absoluta, confesando su pasión por una avispilla como el necremnus, la solución que mejor controla a esta plaga, según ella.
Con la pasión que la caracteriza Esther Molina se despidió del auditorio, emocionada y satisfecha de poner su granito de arena en la defensa de un modo de sentir y trabajar la tierra, como es la producción ecológica. La volveremos a encontrar, tal vez mañana cuando de nuevo la visitemos en Los Grillos. Lo contaremos como siempre en El Agro Auténtico.