El rebaño está disperso

Lo está. Y entre la niebla camina. Aquí y allá dando palos de ciego. En la costa de Granada, en cada pedanía y en cada núcleo el desánimo cunde. Reina la impotencia de no poder solucionar un problema que ignora una gran mayoría. En Almería, cada municipio y cada comarca apuntan como reinos de taifas a todas partes y a ningún sitio. El campo está desunido, como un rebaño disperso en el que cada oveja cree ser pastor.

Pero hay que revertir esta situación, darle la vuelta. El campo no puede malvivir eternamente así. Esta crisis de precios no puede ser otra más, tiene que ser un punto de inflexión. ¿Hay suelo más abajo del lugar en el que nos encontramos? ¿Podemos aún resistir una caída mayor? Muchos diréis que no, sobre todo los que están hipotecados, con préstamos del banco o encadenando varios cultivos con pérdidas. Habrá otros que pensarán que aún se puede resistir, conviviendo con las crisis de precios como quien se acostumbra a soportar aquello que no le gusta. Pero si unos y otros no se unen, la crónica de una muerte anunciada no solo será un título literario.

Unir un todo tan disperso y heterogéneo como el campo es tarea casi imposible, pero hay que intentarlo con la misma fuerza con la que el valiente malherido se resiste a perder el aliento. Y en esa tarea tenemos que ser conscientes de que nos falta músculo y por eso somos todos necesarios. No sobra nadie. No somos tantos como para prescindir de los que no nos gustan. Esos que no son de nuestro agrado, tal vez puedan en algún momento ser los mejores aliados porque les duele tanto como a nosotros. El campo nos une.

Y nos falta músculo. ¿O cómo sino explicar la escasa atención que han mostrado una vez más los medios, principalmente los nacionales, sobre lo que está ocurriendo en Almería y Granada en los últimos días? Aunque nos creamos muchos, en realidad no lo somos. La agricultura solo interesa a los que están dentro del sector. Por eso, si somos pocos, no podemos estar tan desavenidos como lo estamos en la actualidad.

Cualquiera que lea con humildad estás líneas reconocerá – aunque solo sea así mismo en la intimidad – que en el día a día hay excesivas disputas, rencillas y críticas entre los propios actores del campo. Así, mal vamos.

Demasiados quieren ser pastores y al final el rebaño anda perdido sin pastor alguno. Tal vez cada uno de nosotros tenemos que dejar a un lado lo que nos diferencia, habrá quien piense que hay diferencias irreconciliables pero más irreconciliable es ver cómo se marchita todo un sector que gasta todas sus energías en luchas internas que impiden poder dar un golpe en la mesa de verdad alguna vez. El sector es ignorado porque agota sus fuerzas entre sus iguales. Y acaba como una rosa deshojada.

Hay muchos agricultores pasándolas canutas en este momento. Los mayores porque llevan décadas con las manos cortadas y ven que todo el esfuerzo de una vida se puede perder sin que nada ni nadie les agradezca toda una existencia dedicada a una actividad tan noble y sacrificada como la agricultura, y los jóvenes porque creen que lo que se les viene encima acabará por aplastarlos.

El campo no puede esperar un milagro, como que los medios de comunicación defiendan su problemática haciéndola suya, entre otras cosas porque no la entienden. Tampoco los políticos porque ni la comprenden ni pertenecen a su mundo. Los problemas se solucionan en el calor del hogar, es decir, dentro del propio sector.

Cuando estemos bien avenidos, podremos molestar a aquellos que toman las decisiones. Mientras que no sea así, los problemas se repetirán como los días de la semana.