Crónica del ingeniero agrícola almeriense Jesús María Puertas de Lara .-Cuando era tan sólo un niño mi madre siempre me repetía que tuviese mucho cuidado con aquello que me llevase a la boca, y por supuesto, no debía olvidar lavarme bien las manos antes de comer. Sin embargo, hoy día, el consejo que yo daría a mi hijo sería el siguiente: ‘’Pedrito, mucho ojo con hurtar las frutas del vecino, que ayer estuvo empleando Azadiractin en sus melocotoneros, y debes de saber que el plazo de seguridad es de tres días tras su aplicación’’.
Menuda incongruencia, pues yo siempre he creído que las frutas y las verduras eran unos alimentos maravillosos, aquellos en los que siempre confiaría, y resulta que ahora puedo envenenarme mediante su ingesta, fatídico. En mi tierra, situada en el sureste español, carecemos de melocotoneros, manzanos, cerezos y de muchas otras especies; pero si hay algo de lo que sí disponemos es de miles de invernaderos, donde campaña tras campaña logramos producir toneladas de hortalizas, hortalizas que en su mayoría han sido tratadas con distintos productos químicos.
Para todos aquellos que crecimos en la provincia almeriense, no nos sorprende el hecho de convivir con los invernaderos, de observar a ambos lados de nuestras carreteras el inmenso impacto visual que ha provocado el auge desmesurado del mar de plástico. Pero a ojos de cualquier extranjero es un hito sorprendente todo lo que hemos construido en nuestro territorio, o incluso de algunos compatriotas como el célebre astronauta Pedro Duque, el cual pronunció las siguientes palabras acerca de los invernaderos del poniente almeriense: ‘’Son prácticamente la única obra hecha por el hombre que llama la atención vista desde el espacio’’.
Con una Producción Agraria Final (PFA) que se suele situar en torno a los 2.000 millones de euros se deduce que la agricultura en Almería representa la principal actividad económica, con una gran influencia sobre el PIB. Y es que, ¿quién diría hace cincuenta años que estas estructuras de carácter tan sobrio darían lugar a la aclamada fama que hoy pesa sobre mi tierra? Desde luego, Paco el Piloto (primer agricultor que llevó a cabo la producción bajo plástico) puede estar seguro de haber creado una gran escuela, una escuela que hoy en día no sabe muy bien a que mentor seguir.
En general, se puede apreciar un sentimiento de notable orgullo ante toda esta situación, sobre todo por parte de los agricultores. ‘’Más vale burro grande, ande o no ande’’. El productor almeriense suele caer en la »fiebre de las hectáreas»; la tendencia actual es poseer cada vez más hectáreas, estableciendo una correlación entre superficie invernada y engrosamiento de la cuenta corriente. Pero la superficie de Almería no es infinita y llegará el momento en el que no se pueda extender más el manto blanco y, ante esto, sólo se observa un derroche constante de explicaciones irracionales, al fin y al cabo, tautologías sin sentido alguno.
Y si estamos orgullosos de haber levantado los primeros invernaderos, debemos luchar por mantener nuestra identidad, y no vender nuestras explotaciones de carácter familiar a las grandes corporaciones que tanto daño están haciendo a la agricultura mundial. Porque de todos es sabido que aquellas personas que nacieron y crecieron en una tierra determinada, harán más por conservarla y mantenerla a salvo que cualquier empresa con ánimo de lucro que irrumpa en ella.
Impacto socioeconómico de la agricultura intensiva en Almería
Como antes se ha señalado, fue un agricultor almeriense quien decidió colocar el primer invernadero en la provincia. Tras años y años de una explotación con un carácter más bien familiar de las fincas, el agricultor logró enriquecerse gracias al aumento de la productividad, consecuencia de todos los avances introducidos en la agricultura. Llegado el momento, los descendientes de estos agricultores pudieron optar por abandonar el campo e iniciar la búsqueda de un futuro distinto, ya que el poder adquisitivo aumentó considerablemente y se facilitó el acceso a la formación académica, motivo por el cual muchos optaron por realizar estudios relacionados con la agricultura.
El campo se encontraba ahora sin los trabajadores suficientes, y la búsqueda de mano de obra fue inevitable. El trabajo de miles de inmigrantes pudo sofocar esta demanda, resultando además rentable para el bolsillo almeriense. Solventado el problema de la mano de obra, la agricultura intensiva almeriense alcanzó su madurez gracias también, al uso de los acuíferos, fuente natural de agua para el riego que requerían los invernaderos. Pero mi tierra no destaca precisamente por la abundancia de agua, y las reservas hídricas empezaron a disminuir año tras año, hecho que se vio agravado por la contaminación del agua (lixiviación de nitratos). Aún hoy me sigo cuestionando por qué el gasto en fertilizantes es tres veces mayor que el gasto en agua, nuestro ‘’tesoro’’ más preciado.
A simple vista se puede observar como en la zona del poniente almeriense los costes del agua representan un pequeño porcentaje (0-4 %) con respecto al total de los costes totales de la explotación; caso similar se puede encontrar en la zona de la Cañada de San Urbano. Por tanto, los gastos producidos se reparten mayormente entre los fertilizantes y fitosanitarios empleados, así como en la compra de semillas y la renta de la tierra. A pesar de ello, en los últimos años, el capital invertido en productos fitosanitarios está disminuyendo paulatinamente gracias al empleo de la lucha biológica en los invernaderos.
En detrimento de las cualidades organolépticas de los alimentos, se impuso la búsqueda del aumento de la productividad, sean cuales sean los medios llevados a cabo para conseguirlo. Por mucho que el merchandising nos confunda con sus carteles y anuncios propagandísticos, las patatas de mi abuelo eran más sabrosas.
«Así pues, ya en el siglo XVI, la agricultura inglesa se caracterizaba por una combinación única de circunstancias, al menos en ciertas regiones, que gradualmente fijarían el rumbo económico de toda la economía. La consecuencia fue un sector agrario más productivo que nunca en la historia. Terratenientes y arrendatarios por igual pasaron a preocuparse por lo que dio en llamarse la «mejora» (o, en inglés, improvement), el incremento de la productividad de la tierra en busca de ganancias.» (Los orígenes agrarios del capitalismo, Ellen Meiksins Wood)
Y aquí es dónde pretendo introducir el concepto de la agricultura ecológica, estrechamente vinculada a la conservación del campo a largo plazo, además de promover una economía familiar.
¿Agricultura ecológica?
La producción ecológica, también llamada biológica u orgánica, es un sistema de gestión y producción agroalimentaria que combina las mejores prácticas ambientales junto con un elevado nivel de biodiversidad y de preservación de los recursos naturales, así como la aplicación de normas exigentes sobre bienestar animal, con la finalidad de obtener una producción conforme a las preferencias de determinados consumidores por los productos obtenidos a partir de sustancias y procesos naturales (MAPAMA).
A la vista de esta definición tan completa de lo que implica la Agricultura Ecológica parece deducirse una intencionalidad del todo altruista, con vistas al futuro de nuestro planeta. El objetivo es ejercer una agricultura sostenible, que pueda sustentar de alimento a la población a la vez que tiene en cuenta los límites de nuestro planeta. Pero todo estos son palabras plasmadas en legislaciones, muy lejos de la conciencia de cualquier particular; aquí es dónde la AE encuentra su mayor obstáculo, en la propia ética del agricultor que decide realizar estas prácticas ecológicas.
Y es que de la ley al espíritu parece abrirse un largo trecho, sobre todo en la agricultura almeriense. El campo está asaltado por la burocracia, ajustado al pie de la letra y no tanto a la voluntad; así como el productor encuentra determinados comodines en principios de la AE, como por el ejemplo sucede con el uso de medios de síntesis, el cual está limitado a situaciones ‘’excepcionales’’. Términos como sostenibilidad, biodiversidad y ciclos biológicos deberían ser conocidos por los productores que deseen adaptarse a la agricultura ecológica y, sin embargo, la realidad es bien distinta. Por tanto, si ya tenemos una agricultura ecológica regulada bajo ley, pero esta no se está cumpliendo, es nuestro deber enderezar el rumbo y crear conciencia.
Cabiendo destacar también los esfuerzos llevados a cabo en los últimos años para concienciar al productor, ya sea por parte de las certificadoras, como de los simposios y convenciones vinculadas a la AE (por ejemplo, el II Simposio de Agricultura Ecológica que se desarrolló en El Ejido el pasado 16-17 de mayo 2018). Gracias a estas iniciativas el agricultor puede tomar al suelo como el ente vivo que es en realidad, a la vez que lleva a cabo actividades generosas con el medio ambiente.
Es común relacionar la palabra ecológico con elevados precios, y puede que este sea el principal motivo por el cual los agricultores se lanzaron a este tipo de producción, abandonando lo antes posible la agricultura convencional. Lo cierto es que en los últimos años hemos podido apreciar cómo los precios de los productos convencionales se igualaban a los ecológicos, llegando incluso a cambiar partidas que estaban cultivadas en ecológico para venderlas como convencionales. Por supuesto, el mercado no atiende a razones morales sino a la competitividad que impregna el mundo de la agricultura.
A pesar de todo lo expuesto anteriormente, España es pionera en el cultivo ecológico a nivel europeo, con un total de 1.968.570 hectáreas en el año 2015, motivo por el cual debemos prestar una mayor atención a la regulación de estos mercados.
El consumo ecológico en España, aun experimentando un moderado crecimiento, se sitúa muy lejos del consumo en Europa. A nivel nacional el consumo sigue siendo ocasional y minoritario, considerándose un mercado de nicho. (Fuente: El Sector ecológico en España 2016)
Si España es la nación europea con mayor superficie bajo producción ecológica, ¿Por qué no somos un país consumidor de alimentos ecológicos?
Ecológico, bonita palabra, pero dura inclusión
La venta de productos ecológicos a través de supermercados es dominante en países como Suecia, Portugal, Dinamarca y Finlandia que comercializan más del 80% del total a través de esta vía, así como en el Reino Unido, Austria e Irlanda donde se comercializan entre el 60 al 80% en los supermercados. Francia, España, Alemania e Italia comercializan a través de las grandes superficies entre el 20-40% de su producción ecológica y en una posición intermedia entre estos dos grupos se encuentra Suecia, Noruega y Holanda que comercializan entre el 40-60% de su producción ecológica. (Fuente: El mercado de productos ecológicos).
En España existe una tendencia general a comprar en supermercados y, concretamente, la compra semanal la suelen realizar amas de casas o personas mayores que no poseen suficientes conocimientos acerca de los beneficios que podría suponer el consumo de productos ecológicos. Resulta anecdótico que un país vecino y tan semejante a nivel sociocultural como es Portugal, comercialice más del 80% de los productos ecológicos a través de supermercados, mientras que en España nos encontremos en un nivel de comercialización a través de esta vía tan bajo (en torno al 20-40 %).
Sin embargo, los canales largos son canales bien establecidos y los precios de los productos ecológicos exportados siempre serán algo mayores que los de consumo interno, ya que en otros países el consumo de alimentos ecológicos es alto y el poder adquisitivo familiar también suele ser mayor (INE, 2003).
El azote de la crisis económica y su devastador efecto social sobre la intención de compra del usuario español representan dos factores que inhiben la introducción de ecológicos en nuestra cesta de la compra. En adición, se suele prestar la mano a aquellos clientes que tengan el bolsillo lleno, no hay más que reflexionar de manera crítica acerca de las palabras pronunciadas por nuestra ex consejera de Agricultura, Pesca y Desarrollo Rural, Carmen Ortiz:
«Los productos ecológicos andaluces son muy apreciados por los consumidores europeos, que valoran su calidad y variedad, y especialmente Alemania, nuestro mejor cliente».
Tanto el gobierno como las asociaciones relacionadas con la producción ecológica deberían actuar en conjunto con la finalidad de promover el consumo de estos productos, haciéndolos más accesibles para el consumidor local, en lugar de trasladarlos a otros mercados y servirlos en bandeja a clientes situados a miles de kilómetros; al fin y al cabo, el transporte de estos productos también tiene un impacto nocivo sobre el medioambiente.
Por JESÚS MARÍA PUERTAS DE LARA – Ingeniero Agrícola (UAL)