Su nombre tiene mucho de bucólico y bohemio, el Paseo de los Tristes. Cuando las noches se alargan y noviembre reduce el número de horas de sol, un caminar a orillas del río Darro se convierte en un premio a la vida. Algunos lo llaman embrujo y otros simplemente pura vida. Granada y el entramado de sus calles atrae de una manera irresistible. Personalmente elijo el otoño y entre sus meses el de noviembre.
Por el camino de Ronda encontrábamos hace unos días, en una efímera escapada a Granada, una cafetería llena de universitarios, donde se reunían los más jóvenes y los que ya no lo son tanto, atraídos por su ambiente diverso y por el aroma de sus pasteles. No sacamos la cámara para retratarlo en un flash, pero cualquier lector que haya visitado esta ciudad bien puede imaginarse la escena, ya que abundan este tipo de locales en una urbe que mima en su estética a sus estudiantes (o viceversa).
Atravesamos Pedro Antonio de Alarcón (siempre bulliciosa y cargada de vida), seguimos por Reyes Católicos, el ayuntamiento, la Gran Vía y la estatua de Colón e Isabel la Católica, Plaza Nueva, el río Darro y levantando la vista la siempre impresionante Alhambra.

Antes hubo parada en el corral del Carbón del siglo XIV, conocida como Alhóndiga Gigida, que se usaba antaño como almacén de mercancías y albergue de mercaderes. De especial interés por ser el único edificio de este tipo conservado íntegramente en España.
Hoy el corral del Carbón alberga una oficina de información para el turista, la oficina de la Orquesta Ciudad de Granada y la interesante librería del Legado Andalusí. Y en su patio se realizan conciertos y actuaciones, sobre todo en los meses de estío, los llamados ‘Veranos del Corral’.
Muy cerca dando un plácido paseo en una tarde cualquiera de noviembre el viajero seguro que encuentra una tetería a su gusto, ya que son tantas en la zona, que es imposible no rendirse al encanto de alguna de ellas. Y en su interior a olvidarse de todo aquello que agota. Descansar la mente y relajar el paladar con un té caliente. Ana, en nuestra tarde, tomó uno saharaui y yo uno tunecino.
Y después la noche de otoño invita a perderse por las calles, donde es posible tropezarse con los muros de la catedral, pasar por los arcos de un mercado de abastos silencioso en la noche o acabar en un pequeño bazar en el que comprar una lámpara para el recuerdo.
Paseo de los tristes, pues era el antiguo camino al cementerio. Genial en tu visión y forma de contar y divulgar lo que te rodea, gracias.