
Esta semana la señora Ursula von der Leyen ha presentado al Consejo de la Unión Europea el sí quiero al acuerdo con Mercosur. Esto significaría, si se aprobase, que en poco tiempo todas las frutas y carnes que se producen al otro lado del Atlántico entrarían en Europa progresivamente sin aranceles y sin cupos. Dicho con otras palabras, libre mercado puro y duro.
Bien, vamos a sostener esta idea de liberalismo. Si los políticos de Bruselas quieren que las empresas iberoamericanas puedan exportar a los consumidores europeos todos sus productos agrícolas y ganaderos sin someterse a ningún tipo de control fitosanitario, pues hagamos lo mismo con los productores europeos y los consumidores. ¿Por qué no hacer la vista gorda y que el agricultor europeo pueda usar las mismas herramientas de protección vegetal que se emplean sin prohibiciones en América Latina?
¡Uy! ¿A qué no! ¿Verdad que suena mal! Pues señores, esto es lo que tenemos. La Unión Europea aprieta a sus propios agricultores, pero es flexible y comprensiva con todo lo que proceda de países terceros. Dice el refranero: ‘Consejos doy que para mí no tengo’. Es la vívida imagen de Bruselas hoy día.
Y esto sobre el Mercosur no te lo cuenta la televisión.