Recorrer las zonas agrícolas de una isla en varias jornadas da también para hacer paradas en las que conocer su gastronomía, en la medida de lo posible en pequeñas poblaciones cercanas al mar en las que el turista no ha reparado atraído por otros focos de hotel, sol y playa. Ana y yo estos días atrás hemos conocido y recorrido Tenerife, pero un Tenerife ajeno a los circuitos turísticos y como regalo con un escenario más auténtico.
Localidades tinerfeñas como la Matanza de Acentejo, al norte, o Guía de Isora y Arona, al sur, encierran rincones en los que degustar la más tradicional comida canaria. Ahí están las garbanzas con bacalao, el pulpo con pimienta picona, en plancha desde quesos blancos hasta chocos, carne asada a la parrilla o el bocinegro a la espalda acompañado por un vino blanco y afrutado de la tierra. Y por supuesto las famosas papas arrugadas con mojo picón en cualquiera de sus combinaciones (verde, rojo). En dulces, una tabla amplía y sugerente, aunque me quedo con unas milhojas que tuvieron a bien servirnos, que sin ser típicas de las islas, las hemos probado con un toque especial y singular. Aunque para postres las frutas, sobre todo plátanos, aunque también papayas y mangos.
En Tenerife hay un café ideal para acabar las comidas “especiales” llamado el Barraquito. Suculento, sabroso y con un verdadero golpe de cafeína que despierta al más soñoliento. El Barraquito se hace con limón, canela, leche y leche condensada, un toque de licor y por supuesto café. Pídanlo, al igual que deben pedir cualquiera de los zumos naturales que se ofrecen por toda la isla en las llamadas “zumerías”.
La Laguna y Santa Cruz
Ambas ciudades conviven separadas por unos pocos kilómetros. La Laguna, junto al aeropuerto y situada más hacia el interior, rezuma historia en sus calles del centro histórico. Recuerda en sus fachadas, arquitectura y colorido a ciudades pintorescas de Centroamérica, como a las mexicanas Cholula o Tequila. La Laguna respira la juventud de las ciudades universitarias, no en vano ahí está la Universidad de La Laguna, que se traduce en un gran número de tabernas y reclamos para comer y beber que invitan al transeúnte, al curioso o al local.
En cambio, Santa Cruz situada junto al mar y ostentando la capitalidad de la isla respira un ambiente menos vivo, más sereno y pausado, sin turistas y con una cierta calma chicha. Lejos de parecer una ciudad aburrida – porque eso se lleva en el ánimo de cada cual – Santa Cruz es una ciudad que relaja al viajero, golpeada una y otra vez en cada respiración por los aires atlánticos. Un ambiente húmedo refrescante y lleno de olores salinos y oceánicos. El Atlántico penetra por cada una de sus avenidas y callejuelas.