Ahora que se habla tanto de economía circular, de sostenibilidad, de eficiencia y aprovechamiento de recursos es pertinente abordar una de las aristas que pueden poner en valor nuestro modelo de agricultura frente a los desafíos que se multiplican por doquier.
Recientemente he conocido sobre un ilusionante proyecto almeriense con el que se pretende convertir un residuo en un insumo agrícola de valor añadido. La cementera Holcim, Carbon Clean y SDC (Sistemas de Calor) han creado la empresa ECCO2 como promotora e inversora de una planta de captura de CO2, cuyas obras de construcción podrían comenzar a finales de año.
Alrededor de 50.000 toneladas anuales de CO2 emitidas por esta cementera podrían ser fijadas en los invernaderos almerienses como alimento de los cultivos (fertilización carbónica). Una gran noticia, pero el recorrido puede ser mucho mayor y es lo que justifica este post. La capacidad de los invernaderos de la provincia de neutralizar dióxido de carbono es muy superior, se calcula que la superficie invernada puede absorber y evitar la emisión a la atmósfera de 400.000 toneladas anuales de CO2.
Eso significa que podríamos inyectar de otras industrias otras 350.000 toneladas más de CO2 procedentes de otras actividades económicas. Pero, ¿cómo? Intentaré explicarlo.
Una planta de captura de CO2 evita la salida al exterior del dióxido de carbono almacenándolo de forma líquida (a -80ºC) a través de un proceso que se llama liquefacción, es decir, paso del estado gaseoso al estado líquido.
A continuación se puede transportar en camiones criogénicos a plantas de regasificación, que situaríamos en nuestro mar de plástico a pie de campo, donde se produciría el proceso inverso pasando de estado líquido a gaseoso. Así todo ese CO2 tan nocivo para la atmósfera lo podríamos inyectar en los invernaderos para el desarrollo de los cultivos. A un problema le encontramos una solución inesperada. Al menos una solución parcial, ya que obviamente los invernaderos no pueden absorber la totalidad de la actividad humana e industrial, es una quimera imposible, pero sí pueden de manera parcial poner su granito de arena. Es un buen ejemplo de sostenibilidad.
Ahora bien, las plantas de regasificación que podrían ser individuales al pie de las fincas o colectivas, según cooperativas o comunidades de regantes, requieren una inversión para poder construirlas que no puede recaer, como casi siempre, en la espalda de los agricultores. Ahí están las Administraciones que promueven una agricultura verde y que tienen ahora la oportunidad de convertir en realidades tangibles esas ideas sobre sostenibilidad para que no se queden solo en papel mojado.
Crear un fondo específico para dichas plantas de regasificación o habilitar nuevas partidas en los fondos operativos de las OPFH. Pueden ser vías para invertir y subvencionar dichas plantas y la red de distribución del CO2 dentro de los invernaderos.
De cara al medio ambiente el beneficio ya está explicado, y de cara al agricultor referir el incremento de la producción en torno a un 20%, gracias a la inyección de CO2, y la mejora de las calidades y primeras categorías de los frutos. Son los beneficios que se obtienen en las fincas que ya tienen CO2, minoritarias aún, pero que podrían ser una gran mayoría si hubiese voluntad de apostar por este tipo de proyectos.
Por desgracia no se considera que ese CO2 se haya fijado, pero sí que ha valido para otra cosa antes de llegar a la atmósfera.