Las imágenes de este invierno corresponden a lugares que han sido devorados por las llamas estos últimos días de junio. No hemos querido retratar cartográficamente si las llamas llegaron a todos los pinares que aparecen en estas fotografías o solo a algunos, si queda una parte pequeña o mayor del ecosistema que Ana y yo recorrimos a principios del mes de febrero. Sería ridículo, así que el propósito de este post es sensibilizar sobre la fragilidad de la naturaleza y cómo un espacio natural, que atesora una larga historia, puede ser amenazado y destruido en cuestión de solo unas pocas horas.
En el arranque de la campaña fresera de este año viajamos a la comarca del Condado, recorrimos Almonte, el entorno de Doñana, toda la zona litoral de la parte oriental de la provincia, incluyendo Mazagón, hasta la capital onubense. Paisajes idílicos, caminos sin asfaltar, de los de 15 km/h que hubiesen maravillado a cualquier piloto y copiloto con un mínimo de sensibilidad. Casi un día entero empleamos Ana y yo en hacer un recorrido que las llamas del fuego de este mes de junio tardaban minutos en devorar. Y luego cuando ves por televisión esas imágenes una punzada de dolor te achica el corazón. Y ahora, ¡qué? ¿Se podrá recuperar? ¿En cuánto tiempo?
Me vienen entonces a la memoria los trabajos de formación forestal que realizan en la EFA El Soto, de Granada, y ahora comprendo su mayúscula importancia. Hay jóvenes que estudian y se forman para poder regenerar todos estos suelos y paisajes hechos ceniza. Tal vez habría que darles una palmadita en la espalda porque su labor puede ser crucial para lo que acontezca en las próximas décadas en un contexto de naturaleza incontrolada por el cambio climático que se hace aún más incontrolada cuando prende la mano del hombre.
Es como el reciclaje. Muchos ponen excusas haciendo de adivinos y afirmando que no reciclan porque no saben si realmente se recicla lo que va al contenedor azul, amarillo o verde. Es la misma excusa que ponen estos días aquellos que van a Matalascañas y dicen que allí no ha llegado el fuego, que no pasa nada. ¡Claro que pasa! Todo un ecosistema, un pulmón verde del suroeste peninsular ha sido pellizcado por el fuego, aunque éste no haya llegado hasta las olas de la playa. Y nuestro granito de arena particular pasa por tomar conciencia sobre lo sucedido y por lo que se ha extraviado. Y pensar que el brick que va al contenedor amarillo o el vidrio del verde tendrán un reciclaje que hará más sostenible nuestro modo de vida. Actuar sin excusas. Es el primer paso para tomar conciencia de que lo que hay que hacer es recuperar lo perdido, empujar a las Administraciones públicas para que pongan medios suficientes para ponerse a trabajar y devolver vida a la naturaleza muerta. Trabajando en reconstruir, no solo en proteger sino en recuperar, para que las noticias de estos últimos días no pasen al olvido y el fuego en Doñana no sea un número más de las estadísticas de este verano. Hay que dotar más medios y esfuerzos presupuestarios para sacar a España del paisaje árido y desértico que nos amenaza. Volvamos a poner color verde a las cenizas.