En la capital de España del tercer milenio hay múltiples guiños al Madrid del Valle-Inclán del siglo pasado. Solo hace falta mirar al patio de nuestra política actual para que rápidamente saquemos paralelismos entre lo que hoy día ocurre en un país sin gobierno y lo que mediaba hace cien años: una nación del “nosotros” y “ellos”, de bandos enfrentados e incapaces de entenderse.
En el Paseo de Recoletos podemos encontrar la figura del ilustre dramaturgo y escritor gallego entroncado con la generación del 98 y el Modernismo y que frecuentaba las tertulias del Madrid de su época. No en vano la escultura fotografiada por Ana está mirando al famoso café del Espejo, un lugar delicioso para pasar una tarde de octubre en Madrid. A pocos pasos se halla el también histórico café Gijón, cuya terraza era frecuentada por Ramón del Valle-Inclán.
Ana y yo participábamos esta semana en Madrid en una jornada sobre ‘Cambio Climático y Agricultura’ organizada en la sede del Instituto de Ingenieros de España (IIE) por la Fundación Lafer. En un anterior artículo del blog narrábamos lo más granado de este ciclo de tertulias. Pero en este viaje exprés también sacamos tiempo para hacer una breve escapada, un recorrido por los barrios céntricos de la capital.
En una de las calles traseras de la Puerta del Sol está el famoso callejón de los espejos de Valle-Inclán, donde el transeúnte puede verse reflejado en ellos de manera muy singular. Una distorsión de la realidad o viceversa, un reflejo real de aquello que está y no queremos ver (o que vean). Es el esperpento en estado puro. Valle-Inclán lo definió en 1921 como la “búsqueda del lado cómico en lo trágico de la vida” (…). Si pusiésemos un espejo para que reflejase la vida política de la España de nuestros días, ¿acaso no sería un esperpento?