Cabo de Gata atrae en verano a cientos de curiosos que buscan en esta esquina del sureste peninsular vestigios de un pasado virgen y natural, como pudiera haber sido el día siguiente al de la Creación.
Habida cuenta de que en nuestro mundo actual lo natural está a punto de ser envasado para ser expuesto en estanterías y museos varios, se entiende que Cabo de Gata siga siendo un imán para los nostálgicos de lo auténtico.
A veces cuando escribo sobre este Parque Natural tengo la sensación de que lo mejor es concretar lo menos posible, quiero decir con esto no dar demasiadas pistas ni nombres de ciertos rincones y lugares. La marabunta puede ir después tras ese rastro y hacer de lo idílico un vaso de cristal resquebrajado. Roto.
Pero también entiendo que dando ciertas pinceladas, suaves pistas, ponemos en valor un lugar del que tenemos que sentirnos orgullosos todos los almerienses. Un espacio único en un planeta de plagios y plagiadores.
Los mejores senderos de Cabo de Gata son aquellos impracticables para los coches. Entre los Escullos y San José discurre un camino, apto para las bicicletas, las cabras y los buenos caminantes, en el que es posible escuchar el silencio. Ana y yo nos deleitamos hace unos días con su sonido. El del silencio.
El embelesamiento que causa en los sentidos la finura del silencio frente a un acantilado mediterráneo que dibuja la paleta de colores ocres y azules debe ser similar a la de descansar en el Paraíso. Como esto último es solo una ensoñación nos queda la opción de perdernos por la costa de Cabo de Gata. Más terrenal e igualmente evocadora.
Algunos maderos en las cunetas indican que son parajes propicios para el senderista. Pero si éste quiere salirse de su camino para encontrar en mitad de la montaña un mirador natural desde el que otear la inmensidad del mar y la de las rocas volcánicas que acarician su litoral, puede hacerlo buscando entre los matorrales algún indicio de pastores y rebaños que siempre conducen a lugar seguro. Si hay suerte y tropezamos con algún caminito de esa índole, puede que éste nos baje hasta el mar. Lo seguimos entonces con la esperanza de que finalice en alguna de esas calas “de película”. Pero ese mismo caminito puede discurrir en dirección opuesta, nos puede subir hasta los últimos peñascos de cualquiera de las montañas. Allí la esperanza es disfrutar de una panorámica a vista de pájaro sin necesidad de prismáticos.
Cabo de Gata es singular en verano, pero también lo es en otoño, invierno y primavera. En los meses de calor se puebla de turistas, curiosos, bohemios, mochileros, estudiantes y hasta de políticos. Con el frío la estampa cambia. Incluso el perfil del visitante (…).