En la ciudad de la luz artificial ha pasado unos días un amigo que a su vuelta me ha enviado unas fotos de estantes hortofrutícolas. La instantánea está tomada junto a la cafetería en la que se rodó la dulce y sugerente película de Amelie. Y sobre los rótulos de la imagen vemos que en verano el tomate en París es local, es decir, francés y el pepino es importado de España.
A raíz de ello he desempolvado un estudio que realicé hace unos pocos meses sobre mercados europeos y que perfila el itinerario de las producciones continentales. En concreto en Francia aparte de la papata (su mayor cultivo) las principales producciones hortícolas son de guisantes, judías verdes, coliflores, melones y zanahorias. El tomate apenas supone en superficie el 2% de la producción, ya que la mayoría de su tomate hoy día procede de Marruecos, aunque en verano también hay producción tomatera gala (valga la imagen como ejemplo).
Un dato interesante es el de la superficie francesa de tomate. Si su máximo en lo que llevamos de década ha estado en 6.000 hectáreas, hoy día apenas se llega a las 4.500. En todo un país.
Así que Francia es deficitaria en tomate, depende de las importaciones foráneas para poder llenar sus despensas de la hortaliza más consumida del mundo, el tomate.
En cuanto a pepino Francia es aún mucho más dependiente del exterior, ya que apenas posee entre 500 y 600 hectáreas en su territorio. En otros hortícolas, como la berenjena las cifras son también muy pequeñas, con unas 700 hectáreas; mientras que en calabacín Francia está sobre unas 3.100 hectáreas. En lechuga son 9.100 hectáreas y en melón en torno a 15.000 hectáreas.
En conclusión Francia es un modesto productor de hortalizas, que depende de exportaciones españolas y marroquíes, y que solo en meses de calor – como ahora, cuando descansan las producciones del sur de España y sur de Marruecos puede promocionar como patriota su tomate.