En el Museo de Cádiz, en la céntrica plaza la Mina del histórico casco viejo gaditano, se cuenta la historia de una ciudad milenaria. Un museo de vestigios del hombre en el que los almerienses podemos vernos identificados a través de las alusiones a Abdera (actual Adra), entroncada a Cádiz por el pasado fenicio, e incluso en citas a la cultura del Argar. Y los ejidenses podemos observar un rico mosaico romano, erigido al Dios Baco, que nos recuerda a nuestro mosaico de Cía Vieja.
Cádiz tiene una lengua de tierra que la une a San Fernando. Una lengua estrecha, pero suficiente para que la capital gaditana no sea una auténtica ínsula. Aún así, rodeada de mar en casi todos sus grados, la sensación para algunos viajeros es la de isla. Incluso muros adentro, en la parte antigua, los edificios del siglo XIX se entroncan en un imaginario que recuerda a la italiana Venecia. En la Cádiz de la Constitución de la ‘Pepa’ no hay ni un metro cuadrado para levantar nuevos edificios. Hasta el último metro está aprovechado. Como en Venecia. Y del mismo modo con el paso de los años se ha ganado terreno al mar, como ha ocurrido con la ciudad de los canales. La fotografía del mapa de la Cádiz romana muestra espacios del Atlántico que hoy día son viviendas.
Recientemente, en este último tramo del año, la ciudad ha estrenado un segundo acceso con ese majestuoso puente inaugurado en período pre-electoral. Un puente que cruzamos sin vehículos y que une el continente ibérico a una de las urbes más antiguas del continente europeo.
En la plaza del ayuntamiento se suceden los adornos navideños, algunas fuentes de colores, al ritmo de villancicos y de vez en cuando se oyen los acordes de un hijo predilecto, como fue Manuel de Falla. A muy pocos metros, en una pequeña calle cruzada, está el bar con la cerveza más barata de España. Al entrar aparece el cartel con la leyenda “los mismos precios que en los tiempos del Mágico González” y el viajero se queda gratamente sorprendido cuando le reclaman 40 céntimos de euro por su caña de cerveza rubia importada de Portugal. La franquicia, que no ha llegado todavía a otras zonas del país – lo digo pensando en el sureste -, se llama Mercado Provenzal.
Y para terminar, un guiño a la agricultura. En una pequeña plazuela llena de puestos de flores, la plaza Topete, hay una estatua que representa el amor al agro. Bajo la imponente escultura se puede leer esta magnánima dedicatoria: Lucio Junio Moderato Columela. Gaditano. Príncipe de los escritores de agricultura.
Ana Rubio